por: Archibald A. Hodge

Filosofía, en su sentido lato, incluye todos los conocimientos humanos adquiridos por medio de las facultades naturales del hombre, y consiste en esos conocimientos interpretados y sistematizados por la razón. Ciencia es la palabra más específica, que se refiere a algún ramo especial, reducido perfectamente e un sistema. En nuestros días, el término ciencia está siendo limitado más y más definidamente al conocimiento de los fenómenos físicos del universo. En este sentido, la ciencia tiene por objetivo la determinación de los fenómenos en sus clasificaciones de semejanza y diferencia, y sus leyes u orden de coexistencia o sucesión, y no indaga sobre substancia, causa, propósito, etc.

La filosofía es presupuesta, pues, en la ciencia como el conocimiento primario y más general. Indaga al respecto del amago de las leyes del pensar, de la intuición y de la verdad absoluta, de la naturaleza absoluta, de la fuerza y de la voluntad, de la conciencia y el deber.

En cuanto a sus relaciones con la teología se puede notar:

1º Que los primeros principios de la verdadera filosofía son presupuestos en toda la teología, sea natural como revelada.

2º Que las Sagradas Escrituras, aunque no tengan primariamente la finalidad de enseñar filosofía, presuponen necesariamente y envuelven los principios fundamentales de una filosofía verdadera – no las inferencias deducidas de esos principios agrupados en un sistema, y si los propios principios, los que se relacionan con la substancia y causa, la conciencia y el deber.

3º La filosofía en boga en cualquier tiempo reaccion y necesariamente reaccionará antes la interpretación de la Escritura y la formación de sistemas teológicos. Eso fue verdad en cuanto al Platonismo, al Neo-Platonismo del segundo periodo; en cuanto a la filosofía aristotélica de la Edad Media; a los sistemas de Descartes y Leibnitz; de Kant, Fichte, Schelling y Hegel en la Europa continental, y de Locke, Ried, Coleridge, etc., en Inglaterra.

El creyente devoto, sin embargo, que tiene la seguridad que la Biblia es la propia Palabra de Dios, nunca puede permitir que su filosofía, derivada de fuentes humanas, domine su interpretación de la Biblia, pero buscará con espíritu dócil y con el auxilio del Espíritu Santo, hacer su filosofía armonizarse perfectamente con aquello que es contenido implícitamente en la Palabra de Dios. Debe buscar, sin falta, tener una filosofía que sea sierva genuina y natural de aquello que está revelado en esa Palabra.

Todo el pensar humano y toda la vida humana son uno. Si, pues, Dios habla con cualquier finalidad, Su palabra debe ser suprema; y hasta donde hable al respecto de cualquier ramo de las opiniones y acciones de los hombres, debe ser aceptada en ese ramo como autoridad indiscutible y como Ley suprema.

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